Política

Un profesor cuestionado y su clase de civilización política

Fue una mala noticia para todo Uruguay la carta de la gremial docente de enseñanza secundaria en la que se cuestiona la designación de un profesor en razón de haber trabajado a favor de la enseñanza durante la administración de Germán Rama. Afortunadamente, el gesto de sectarismo corporativo mereció -desde páginas de Ultimas Noticias- una respuesta que puede valorarse como una muy pertinente clase de civilización política.

En un reportaje a la consejera de Secundaria Alex Mazzei, publicado días atrás por Ultimas Noticias, se incluye un párrafo que debe de haber resultado tranquilizador para los muchos uruguayos que vivieron con asombro y preocupación el cuestionamiento del que fue víctima el profesor Martín Pasturino. Es que, en un gesto que desafía las mejores tradiciones del país, la designación del mencionado docente como consejero de Educación Secundaria fue objetada por la gremial de docentes en razón de que había colaborado con la reforma educativa puesta en práctica durante la administración del Prof. Germán Rama. Afortunadamente, las palabras de Mazzei -entre otras cosas, dijo que “no se persiguió así ni en tiempos de la dictadura”- señalan con claridad que desde el oficialismo no se comparte una actitud de sectarismo corporativista que inevitablemente recuerda al fascismo y sus males.

El tema no es menor. Y tiene que ver con la mejor sustancia del juego democrático. Porque lo que se espera es que los funcionarios, y en especial los técnicos, colaboren lealmente con quienes han asumido, por voluntad del pueblo, la responsabilidad de orientar la acción. La idea es que en la administración pública se trabaja para el bien del país y de su gente. Y, muy especialmente en el campo del que se trata, en beneficio de los jóvenes que recibirán más temprano que tarde la encomienda de manejar los destinos nacionales. Llamados a colaborar, los funcionarios deben poner su mejor empeño y brindar a la sociedad para la que trabajan su talento y sus conocimientos.

Una actitud contraria llevaría a situaciones de absurdo. ¿Es acaso que se debe trabajar con afán y solvencia solamente cuando gobiernan correligionarios, y en caso contrario hacer la plancha hasta donde se pueda? ¿Es que ahora deben trabajar solamente los funcionarios frenteamplistas, mientras los otros miran para otro lado? ¿Es que los afiliados a Fenapes pasaron las dos últimas administraciones a media máquina, esperando el naufragio de la reforma propuesta? O peor aún, ¿es que en el futuro un gobierno blanco o colorado debe radiar a los funcionarios que colaboren con la reforma tributaria, de la salud o del Estado, decretándoles una suerte de capitis diminutio? Se cae de maduro que nada así es posible. Y que ningún funcionario puede ser condenado por sus aportes técnicos ni por su trabajo a favor de la gente en el marco de una administración de distinto signo. 

Disfrazado de lo que sea, el juego partidario no debe pesar dentro del Estado y más allá de las grandes orientaciones que se establecen desde la dirección política. Que, dicho sea de paso, en este período es unicolor por primera vez en toda la historia del país, algo especialmente lamentable en un terreno en que son preferibles -según también lo destaca la consejera Mazzei en el reportaje aludido- las políticas de Estado completamente despojadas de una entonación partidaria.

La civilización política uruguaya debiera primar sobre estas peligrosas manifestaciones de revanchismo. Que inevitablemente frustran la consolidación de actitudes abiertas a una colaboración sin exclusiones en la construcción de un mejor destino para el país. De este tipo de conductas ya hubo muy dolorosos ejemplos con las llamadas “desgremializaciones” que se vivieron durante los peores años de la guerrilla, cuando hasta se quería evitar que quienes profesaban ideas distintas pudieran ingresar a establecimientos de enseñanza pública. Y que, por otra parte, constituyen un error para cualquier empresa interesada en convencer y en captar voluntades. Frecuentemente citado durante el proceso de transición a la democracia, Mateo López Bravo, a quien se considera como un muy lejano antecedente -siglo XVII- del socialismo en España, sostenía con singular lucidez que “de todo excluido se hace un enemigo”. Y la frase bien que vale frente a hechos como el que se comenta.

Martín Pasturino, hasta hace poco secretario docente del Codicen, cuenta con una maestría en Educación y Sociedad y es uno de los grandes impulsores de los bachilleratos tecnológicos que fueron una de las novedades de la reforma de Rama -como las escuelas de tiempo completo, la generalización de la enseñanza preescolar o los centros de lenguas- que no se han dejado de lado. Colaboró como técnico con un gobierno de la enseñanza que no le era afín en materia política. Lejos de ser eso un baldón, es un dato que le enaltece y habla bien de su capacidad técnica y su compromiso con el bien de los estudiantes, que es lo que realmente importa. Bienvenido entonces en las nuevas responsabilidades que pueda asumir, en este u otros gobiernos. Porque Uruguay se construye más allá de banderías y cenáculos, en el compromiso con lo que hay que hacer.

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